Hace unos días cambió mi vida. Eso es una obviedad: la vida cambia, segundo a segundo. Al menos, nos acerca un poco más a la muerte. Gracias a un buen amigo me enteré de un curso que se hacía en un pequeño pueblo palentino: Tabanera del Cerrato. En él iban a hablar del paisaje en la literatura, y el mentor de tal curso era mi escritor favorito: Julio Llamazares. Tardé poco en decidirme.
El pueblo vino negro a mis ojos. Era ya bastante tarde el viernes cuando llegamos. La luz del día lo transformó: en lo alto, un centenar de casas se agolpan cerca de una enorme y vacía plaza y de una iglesia que es casi catedral (lo que habla de la cantidad de gente que debía de haber hace unos siglos por allí). La parte baja es más interesante: casas viejas mueren solas; y no lo hacen de sopetón: caen poco a poco al suelo. Es lo que tiene el adobe. La muerte es bella en muchos casos.
El curso transcurrió tranquilo, entre las palabras de Llamazares sobre su visión del paisaje y los comentarios de los diez o doce que allí estábamos. Curioso la mezcla: gente del pueblo, palentinos, guitarristas costarricences, escritores, maestros... Cada uno separado en la vida pero unidos, como diría Llamazares, por una misma longitud de onda.
Ese fin de semana cambió mi vida. Qué bonito es decirlo. Qué bonito es vivirlo. Gracias a la Universidad Rural del Cerrato. Gracias Julio. Gracias compañeros. Os saluda,
Alberto.
en
8:33
jueves, 10 de octubre de 2013
El tamaño sí que importa
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Alberto González
Hacía calor en el norte cuando Marcelo Luján me invitó a participar en su evento literario. En el bar "Los diablos azules", muy cerca del metro de Tribunal, reunía allí a un grupo de personas dispuestas a escuchar, a escribir y a leer.
Miércoles. Con una semana atrás muy complicada por tema de trabajo y estudios, con otros dos días intensos por delante en el colegio y con muchas cosas por hacer, llegué allí cansado. Cansado de verdad, y con tres heridas en la boca de la ansiedad que me provoca las cosas que os he dicho arriba. No era mi mejor momento. Pero todo cambió. Cambió, porque ese bar cambia. La magia que tan poca hay la viví ayer.
Éramos unas veinte personas allí. Sentados y tranquilos, éramos unas veinte personas allí. Subí, conté tres ideas de las que me se pasan ahora por la cabeza (y que nunca comparto por las redes por una simple razón: cada vez estoy más harto de leer estupideces en ella y no quiero ser yo el que fomente tal asquerosidad), leí dos relatos míos a los que tengo mucho cariño y el capítulo 0 de "El amargo despertar". Era un bar, pero todos callaban y todos atendían. Estupendo.
Luego dejé una frase: "la última vez que te vi, ya estabas muerta". En veinte minutos solo hubo sonidos para el lápiz y algún que otro comentario. Luego les tocó subir al escenario a leer lo escrito. Lo hicieron Jesús (que me compró el libro: gracias), Marta, Diego (que ganó con un 9), María, Alberto, Luis, Esther, Mario, ¿Doni? (un argentino al que no entendí el apodo), Lucía y José Luis (el mío padre). Hubo de todo, pero me sorprendí del nivel que allí había. Luego Diego subió a por su regalo (unisex y de unos treinta centímetros) y nos despedimos.
Todas las fotos del evento (que merecen la pena ver) están aquí, a buena calidad. Gracias papá, de nuevo, por el apoyo y el trabajo. Ahora te toca currar de verdad en el pueblo.
Más tarde dormí. Y ahora os dejo esto. "Diablos azules", Marcelo: volveré. Gracias por vuestro apoyo y cercanía.
Os saluda,
Alberto.
Alberto.
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