sábado, 19 de octubre de 2013

Paisaje

Hace unos días cambió mi vida. Eso es una obviedad: la vida cambia, segundo a segundo. Al menos, nos acerca un poco más a la muerte. Gracias a un buen amigo me enteré de un curso que se hacía en un pequeño pueblo palentino: Tabanera del Cerrato. En él iban a hablar del paisaje en la literatura, y el mentor de tal curso era mi escritor favorito: Julio Llamazares. Tardé poco en decidirme.



El pueblo vino negro a mis ojos. Era ya bastante tarde el viernes cuando llegamos. La luz del día lo transformó: en lo alto, un centenar de casas se agolpan cerca de una enorme y vacía plaza y de una iglesia que es casi catedral (lo que habla de la cantidad de gente que debía de haber hace unos siglos por allí). La parte baja es más interesante: casas viejas mueren solas; y no lo hacen de sopetón: caen poco a poco al suelo. Es lo que tiene el adobe. La muerte es bella en muchos casos.

El curso transcurrió tranquilo, entre las palabras de Llamazares sobre su visión del paisaje y los comentarios de los diez o doce que allí estábamos. Curioso la mezcla: gente del pueblo, palentinos, guitarristas costarricences, escritores, maestros... Cada uno separado en la vida pero unidos, como diría Llamazares, por una misma longitud de onda.



Ese fin de semana cambió mi vida. Qué bonito es decirlo. Qué bonito es vivirlo. Gracias a la Universidad Rural del Cerrato. Gracias Julio. Gracias compañeros. Os saluda,
Alberto.



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