Me gusta recordar los años de mi infancia con los campamentos a los que iba. Si algún amigo me pregunta sobre el 92, mi cabeza vuela hacia Razbona para, a partir de ahí, tomar una copa de nostalgia con él. No me funciona con los acontecimientos deportivos, el colegio o los dibujos animados. De adulto me ocurre algo similar con los talleres de escritura. Desde que recuerdo, leo. Y desde que leo, quiero escribir. Y, aunque cualquier puede escribir una novela, y muchos o casi todos lo han hecho sin que nadie les enseñara, yo decidí buscar ayuda en los que sabían. Desde bien pronto.
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¡Despierta, que llegamos tarde al taller! |
Empecé con los talleres de la biblioteca de mi barrio (sí, la misma biblioteca protagonista de El amargo despertar). Solía presentarme en su recepción a preguntar por ellos. «Espera un poco», «aún no sabemos nada» o «este año no se va a poder hacer» eran las respuestas más comunes ante mi insistencia. Año a año, la incertidumbre ante si se iba a hacer el curso o si iba a llegar a tiempo a por una plaza era lo más parecido en mi vida a los coleccionables de kiosko: el pan de cada septiembre.
Luego, ya más mayor, asistí a los impartidos en la Semana Negra de Gijón. Allí tuve la suerte de que los mejores fueran mis profesores: Susana Vallejo, Marcelo Luján, Laura Muñoz, Juan Ginot, Juan Miguel Aguilera, Rafael Marín o Sergi Viciana. Aprendí, y lo hice tanto que, poco a poco, aparte de asistir a esos talleres, también iba a la Semana a presentar mis propios trabajos. Y también a comer bien y mucho, para qué os voy a engañar.
Ya publicado también volví a los de mi biblioteca preferida, el Fantatrías o a otros por toda nuestra geografía. Recuerdo aún con emoción cómo Julio Llamazares nos habló del paisaje en un pueblo palentino.
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Aquí intentaremos dar el curso de adultos. ¿Te gusta? |
Pues bien, ahora me toca estar al otro lado. Hay un lugar en la sierra de Madrid en el que han tenido la locura de contar conmigo para asustar a sus clientes y a sus visitantes. Si vais a Burgos o al País Vasco desde Madrid, seguro que la A1 se os ha hecho bastante larga hasta llegar a Somosierra. No muy lejos está Gargantilla de Lozoya, y bien resguardado hay un camping al que os animo a ir si os gusta la sierra, la bicicleta, la astronomía, comer bien o las piscinas con vistas al paraíso.
Aquí y en las imágenes podréis ver más información. Nos leemos.
P.D. En el taller de adultos todos se llevarán un pequeño manual de escritura. Aquí lo tenéis a precio de derribo.