viernes, 16 de octubre de 2015

Si pudiera

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Si pudiera recordar quiénes eran los que me tiraron la pelota de goma de la bola del mundo.
Si pudiera acariciar a la hermana de mi abuela, sorda, en su escaño.
Si pudiera guardar las últimas palabras de mi abuelo, o las de mi tío Luis, o lo que le escribí a Cruz justo antes de que nuestro perro le buscara en la tumba.
Si pudiera obviar lo que me costó aprobar canto o a dónde se fueron algunas amistades.
Si pudiera hacer desaparecer el dolor de la peritonitis.
Si pudiera eliminar las lágrimas que derramé debajo de aquel coche a dos calles de la mía o volver a escribir mi primera dedicatoria.
Si pudiera conseguirlo todo, no me importaría dejarlo atrás para saber la razón por la que llorabas tanto, hija, después de darte todos nuestros abrazos.
Si pudiera, hija.
Si pudiera.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Segundas partes

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Dicen que se venden libros con el paso del tiempo. Uno va a las librerías y ve cómo las portadas cambian de lugar y los lugares cambian de portada. A veces, las circunstancias también cambian. Eso me ha pasado a mí hace unas semanas, y me hace apreciar, aún más, la literatura. Ya sabéis que la valoro como una gran herramienta para mirar atrás. Ahora mismo hay tres textos míos en la calle.
  
 No serás nadie, ya en su segunda edición.
      Quasar, con la segunda edición recién estrenada.

                                                          

        El amargo despetar, con buenas noticias aún por venir.

Dicen que se venden libros con el paso del tiempo. A mi nivel, eso parece, aunque las circunstancias cambien, o no lo hagan. Por cierto, vuelvo a La Gavia para acompañar a un buen amigo en su presentación.





miércoles, 3 de junio de 2015

Quasar

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Soy lector asiduo de ciencia ficción. De entre todos los autores, me quedo con Clarke. De entre todas las novelas, con la saga de El mundo del Río (aunque fuera de más a menos). Aparte recuerdo un 2011 en el que solo leí literatura catastrofista, apocalíptica y genesiática (relativas al inicio de las civilizaciones, se escriba como se escriba el adjetivo). Esa pasión la plasmé en mi primera novela.
Hace algunos meses me propusieron un intento para entrar en una antología de este género. Lo dudé, y lo hice porque siempre he creído que está por encima de mis posibilidades. Pero la vida de un relato es dudosa, y pude escribir Seiscientas preguntas. En estas páginas hablo sobre la relación entre un abuelo y su nieto en el primer planeta colonizado. Al final, como ya muchos me dicen, siempre acabo hablando de lo mismo: la dolorosa sensación de pérdida. Espero que no desentone entre mis compañeros y la maravillosa portada.
Se puede comprar ya en la página de la editora. 

Nos vemos.
En el espacio.

sábado, 16 de mayo de 2015

Maestros

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Entiendo que todo se puede aprender. No que todos puedan aprender todo, porque jamás yo lograría aprobar cierta asignatura de mi juventud universitaria; que todo se puede aprender. Que es aprendible, que el ser humano, como raza, es capaz de alcanzar todo lo posible. También en la escritura. Yo escribo porque leo, no por otra razón mayor: ya lo he dicho muchas veces. Y ciertos escritores son mis maestros en sus libros. Luego, he tenido mucha suerte. De esos escritores, muchos viven. Y he conocido a alguno, y alguno ha leído mis tonterías, y alguno me ha presentado, y alguno me ha enseñado en ciertos cursos. Julio Llamazares es de estos últimos. No le gusta eso de dar clases de escritura, por eso no lo hizo. Por eso se pasó dos días enteros hablando del paisaje. Y de paso, de escribir. Y lo hizo en Tabanera de Cerrato, un pueblo palentino mágico. Y por allí estuvimos, y por allí escribí este relato, que ahora he recordado al rebuscar entre mis archivos. Y me ha gustado leerlo otra vez, y esta vez lo comparto. Quizá solo para mí, quizá sea solo paisaje html de huerta y adobe. Quizá.


               
               Hoy vuelvo a Tabanera y la veo igual que la primera vez: negra, dormida. La carretera, negra, solo es sombra. Porque la noche es sombra y la luz artificial  de mi coche alumbra igual que cuando era niño.
               Hoy vuelvo a Tabanera y me siento igual que la primera vez, y única: negro, dormido. La carretera es la misma y la recuerdo igual que el resto de ellas: uniforme y aburrida. Porque de noche, en un coche, siempre he notado todo uniforme y aburrido.
La primera vez que fui a Tabanera fue de paso, y mi padre conducía. Y era de noche y todo parecía negro, y era sombra. Yo estaba atrás leyendo, quizás, un tebeo de Mortadelo. Si no lo hacía me quejaba y convertía el viaje en un imposible. Y si era de noche, la luz de atrás tenía que estar encendida para soportar la insolencia de mi juventud. Daba igual que así fuera mucho más difícil conducir. Tenía que leer o leer: no daba otra opción.
               Mi lectura se interrumpió cuando el coche se paró repentinamente. Los chistes de Mortadelo se transformaron en una discusión entre mis padres. Se habían perdido en un cruce de caminos. La carretera se dividía y los carteles no les convencían. El sonido de la manivela de la ventana dio paso a una pregunta:
               —¿Perdone? ¿Para dónde a Palencia? —dijo mi madre.
               Un hombre, no muy lejos, que sostenía con su espalda una casa de adobe y piedra, señaló a un lado en silencio.
               Luego mi padre arrancó y murió. Murió porque del otro lado se acercó otro coche que nos arrolló y que no había visto por culpa de mi luz. Y con su muerte nació mi culpa. Y soportar la culpa del fallecimiento de un padre a los ocho años es, quizás, más difícil que si de verdad ese hombre tuviera que soportar en su espalda aquella casa de adobe y piedra iluminada por las luces de nuestro Renault.
               Ahora acabo de cumplir treinta años y vuelvo a Tabanera por primera vez desde aquel día y la veo igual: negra y dormida. Vuelvo porque el azar me había llevado allí en forma de curso de escritura y, aunque nunca había dicho en voz alta ese nombre, conduje tres horas por una carretera aburrida para volver a ver Tabanera negra y dormida. Y para volver a ver a un paisano sujetando una casa de adobe y piedra al lado del mismo cruce que cambió mi vida para siempre y me convirtió en un hombre negro y dormido. Apenas un minuto antes de entrar encendí la luz dentro del coche. No sé porqué. No quiero saber porqué. Al menos, o por desgracia, quién sabe, nadie se cruzó en mi camino, solo mi padre y su recuerdo.

domingo, 8 de febrero de 2015

Subsuelo

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Siempre pienso en lo absurdo de todo, en mis gustos y teorías literarias, en todo el tiempo perdido. Pero la sensación es fuerte, esa en la que te encuentras incómodo con tus semejantes. No porque piense que estén todos equivocados, no. Quizás sí por esa sensación desagradable de ver cómo nadie sabe tratar a los otros con delicadeza, incluso con respeto.
Y yo, tan parco en palabras, con tanto miedo a ponerme en evidencia, a veces busco que otros sacudan mi papeleta y digan Esto es lo que quiere decir Alberto. De esto habla el chaval. Y aquí ha llegado Marcelo, con su Subsuelo.
No me hacen falta palabras para defenderme, solo Marcelo. Solo un Mira, deja de decir obviedades y léete esto. Aprendamos un poquito todos.
Subsuelo está por encima de tantos en muchos sentidos. En la maravilla de su desorden, estructural y gramatical, tan medido. No se puede organizar de otra manera esta historia. Y cómo está escrita, tambaleante, revuelta, perfecta; con sus reglas propias. Demuestra que no es que se pueda escribir de otra manera, es que no hay manera mejor. Intercala presentes, realidades, pensamientos, y nunca, jamás, te pierdes. Nunca, es imposible. Todo es tan claro porque tiene sentido y fuerza y párrafo aparte
está muy reposado, muy pensado, muy trabajado.
Subsuelo es una historia que he leído dos veces en un mes, y que leeré más. Que está muy bien tratada por Salto de Página. Subsuelo es una historia sobre el rencor, sobre la familia, sobre lo deleznable y sobre el amor. En Subsuelo, tras un atentado familiar en las primeras páginas, crees que poco más se puede contar más allá del dolor, quizás tras las depresiones de todo el mundo. Pero no, sus personajes, sobre todo los jóvenes, los veintitantos, demuestran que la vida no es fácil y que en el hormiguero cada insecto tiene el derecho a joder a sus vecinos como crea conveniente.
Subsuelo es el mejor Marcelo. Es, ya, una de mis cinco novelas favoritas.
Será un regalo que tendréis todos en vuestras fiestas hasta que dude si os lo he regalado en el pasado. Espero que en ese momento haya más marcelos que regalar.
Pero no tengas prisa, amigo.

martes, 20 de enero de 2015

Porque sí

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Autores a los que compro y leo cada sílaba suya porque sí, en orden hexadecimal:

Llamazares
Auster
Somoza
Murakami
Olmos
Bueso
Martin
Vilar-Bou

¿Por qué? Porque sí. Estos nombres van y vienen con los años, pero la letra permanece.

 

La letra permanece © 2012

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